domingo, 25 de octubre de 2009

Reacciones ante a la historia de Félix Charvet Rosales

La historia de Tío Félix que el 9 de octubre contaron su hijo Galo y su nieto Rolando ha provocado hasta la fecha siguientes reacciones:

Cristóbal Hernán Charvet Montúfar
He leído atentamente la historia que ponen a disposición del blog Rolando Charvet Guevara y su padre Galo Charvet Muñoz. Ya ha pasado bastante tiempo desde que supimos el lamentable fallecimiento de Jorge Adalberto Albuja Charvet, a cuya familia directa, quiero expresar a nombre de mis padres y hermanos mis sinceras condolencias por tan lamentable suceso y disculpas por haberme demorado tanto tiempo en enviárselas; pero como todos sabemos, la muerte es parte de la vida y tarde o temprano todos llegaremos a ese momento. Lo importante creo yo, es la huella que dejamos y que sin duda en los corazones de los familiares y seres queridos…siempre estará presente.
Como esta maravillosa historia de tío Félix (como mi padre Pedro Charvet Morales lo llama) llena de tesón y de valentía, que nos ha hecho conocer Galo. Cada vez que mi padre ha recordado la historia de la familia “tal como se la contaron y él la percibió” siempre ha estado presente algún comentario sobre el tío Félix; ahora no nos cabe duda que fue un hombre cabal, que sufrió los infortunios de la separación temprana de su familia postiza y que tuvo que padecer los avatares terribles y dolorosos de una guerra, de la cual no me cabe la menor duda que por amor a su patria (su dulce Francia) y a su familia, la sintió como suya propia.
Es bueno enterarse de todo lo que ha sucedido hace tantos años, porque esa es la esencia de nuestro apellido, que no todas las familias tienen. (Por ejemplo aquello que cuenta Galo: “de la maquinaria que compró su padre en Quito, la desarmó para transportarla y luego la armó al llegar a la hacienda”; eso ya constituye una epopeya; teniendo en cuenta que el viaje en esos tiempos de la Hacienda a Quito o viceversa, según lo que entiendo, le llevaba a una persona un día (24 horas) de camino a lomo de caballo.
Personalmente siempre estoy pendiente de las noticias del blog, me fascina la historia, y cada vez que hay algo nuevo me siento parte de esa historia. Pero bueno, como escribí en la primera carta al editor de este blog, mi situación no es la de pedir que se siga escribiendo la historia de nuestros antepasados (que me encantaría), mi interés como miembro de la familia de la nueva generación es tratar de que la familia que por muchos años tomó caminos separados, hoy por lo menos sepa cuales, cuántos y quiénes son sus integrantes y en algún momento nos podamos reunir o compartir comentarios o vivencias.
Hace ya bastante tiempo que esta fabulosa idea del blog tomo cuerpo y a través de él, hemos podido saber algo más de la familia; en varias ocasiones he podido cruzar palabra mediante el internet; gracias a Leticia, a Irene y a Rolando por los minutos de conversa que hemos tenido y por su predisposición. Creo que por nuestras diferentes ocupaciones, hasta el día de hoy personalmente no hemos podido juntarnos, eso está pendiente. Un abrazo para todos. Cristóbal.

Leticia Acevedo Charvet de Collado
9 de octubre
Primo Galo; Te felicito sinceramente por tu participación y te agradezco por compartir con nosotros tu historia familiar, en la cual se refleja todo el amor, orgullo y respeto que sientes por tus padres y la familia en general, yo creo que es una linda historia que debía ser contada exactamente como tu la cuentas, sin resentimientos, Gracias. Leticia

Miguel Pérez
10 de octubre
Acabo de leer tu aporte y me pareció muy informativo. También veo muy loable los motivos que te motivaron.
Saludos a la familia Charvet Muñoz

Comentario del Editor
Son muy bienvenidos los comentarios que hasta aqui se han recibido como lo serán todo tipo de reacciones que este blog provoque. Sigamos escribiendo que lo agradecerán todos los miembros de la Familia Charvet, aquí y en el extranjero.

viernes, 9 de octubre de 2009

Quién fue Félix CHARVET Rosales?

“Quien no sabe de donde viene…tampoco sabe hacia donde va”

Nota del Editor
Casi al finalizar septiembre de 2009, Rolando Charvet Guevara envió a este blog el material que se edita casi textualmente a continuación y que, en su parte fundamental, resume la vida de Félix Charvet Rosales, el tercer hijo de Luis Gabriel Charvet Lailhacar, quien fue el primer Charvet nacido en Ecuador y al que considero el fundador de la dinastía en nuestro país. Hasta la fecha diferentes miembros de la familia Charvet han enviado contribuciones similares que nos han ayudado a conocer de donde venimos y quienes somos. La tribuna esta absolutamente abierta. Excepto pequeñas correcciones ortográficas y de sintaxis, los textos que se reciben son absolutamente respetados, porque corresponden a una verdad que cada uno manejamos y de la que nos sentimos orgullosos.
El material enviado por Rolando Charvet Guevara incluyó abundante material gráfico, que ha sido editado exactamente en el lugar que el autor seleccionó para mayor comprensión del texto que, por razones técnicas, fue dividido en tres partes que este blog pone a consideración de sus lectores, quienes podrán dar una o varias opiniones sobre ellas dando un click en el link “comentarios” que aparece al pie de cada parte.

Escribe Rolando Charvet Guevara
Como todos ya saben, los Charvet en el Ecuador tienen una historia en común de alrededor de 150 años en el país, el mismo ancestro y la misma sangre. El Charvet más antiguo conocido y del cual descendemos, por documentos de la embajada de Francia fue Louis Charvet, nacido el 25 de mayo de 1.785 en Chabons, Isere (Francia), casado con Elisabeth Pierrot. No ha sido posible conseguir más información al respecto. Louis Charvet fue padre de Louis Toussaint Charvet Pierrot (foto 1), nacido el 27 de marzo de 1812, casado con la señora Marie Lailhacar (foto 2), ambos nacidos en Francia, en Grenoble y en Oloron, respectivamente. La historia de ellos ya la conocen: de profesión sastres pasaron por Argentina antes de llegar a instalarse en el Ecuador y tuvieron 3 hijos: Carolina (foto 3), Clementine y Luis Gabriel Charvet Lailhacar (foto 4).


Al llegar al Ecuador, más exactamente a Guayaquil, tuvieron que ponerse a trabajar y ponerse al día con lo que sucedía en su nuevo país. Tal fue el caso de Marie Lailhacar que con anuncios de prensa ofrecía a la disposición del público en general (foto 5), sus servicios como modista y costurera, lo que con el tiempo llegará a ser una característica de los Charvet siendo reconocidos por su trabajo tanto en Guayaquil como en las ciudades cercanas. Asi ocurrió con el conocido caso de quien fue el primer hijo de Luis Gabriel Charvet Lailhacar y su famosa Sastrería MODELO: estoy hablando de Luis Benigno Charvet Ruales (foto 6 y 7)




Como también ya es conocido por todos ustedes, Luis Gabriel Charvet Lailhacar vino a la ciudad de Quito en la cual se instaló, vivió y donde conoció a su futura esposa, Leticia Rosales Jara (foto 8 y 9), y con quien tuvo 8 hijos, el primero de los cuales fue Félix Charvet Rosales. La casa donde vivían estaba situada en el Quito Colonial, en el sector de San Diego, y se la conocía como La Esperanza.
Escribe Galo Charvet Muñoz
Mi padre; Galo Fermín René Charvet Muñoz, nos comparte su historia a continuación:
Lo que voy a escribir, es el relato del nacimiento y vida de mi padre Félix Charvet Rosales, tal como él me la contó y como yo la percibí.
Era el año de 1898 siendo el 27 de mayo cuando nace en París (Francia) un niño a quien pusieron de nombre Félix su madre de nombre Leticia Rosales y su padre Luis Gabriel Charvet Lailhacar. Sin intención de ofender o polemizar todo lo mencionado es como mi padre me lo contó en algunas ocasiones.
Resulta que ese niño (Félix) a los 15 días de nacido fue entregado en un orfanatorio de París y, como relataba mi padre: “…que a ese niño tan pequeño nunca lo abandonó Dios…” pues no se podía explicar de otra manera que en muy poco tiempo llega al orfanatorio una mujer que decide tomarlo en adopción y que para ese momento no tenía ni dos meses de nacido. La caritativa mujer que tenía una forma de vida en el campo, de origen humilde y no de muchas posibilidades económicas, pues su fortuna eran unas pocas vaquitas y pequeños cultivos de uvas y manzanas. Mi padre creció en un hogar lleno de amor, inculcándosele muchas virtudes buenas y formando en él un corazón generoso que eso más tarde en la vida lo demostraría cuando todos los que le conocieron vieron en él su generosidad, siendo un hombre que extendía la mano para ayudar a quien se lo pedía. Ese hogar en Francia estaba formado por su “madre” una señora viuda y dos hijas a quien mi padre cariñosamente las llamaba “mis hermanas”. Los nombres no los recuerdo, pero revisaré en mi archivo en donde tengo cartas que mi padre y su familia adoptiva intercambiaban. Así transcurren los años de su niñez, en la localidad de La Charite, en las afueras de Paris.Llegó el momento de ingresar a la escuela y mi padre me contaba que para poder llegar a ella debía atravesar unos campos donde habían sembríos de uvas y manzanas y que él las recogía para irlas comiendo mientras caminaba a clases. Tengo entendido que mi papa no fue inscrito como Félix Charvet sino hasta años más tarde, pero por suposiciones, creo que su apellido con el cual fue adoptado fue Lailhacar o alguno parecido, ya que él contaba que sus compañeros de escuela lo molestaban mucho por su apellido ya que era igual al sonido de una ave…ayacaaa ayacaa ayacaa, lo que le disgustaba muchísimo recuerda. Luego de clases y terminando la primaria él ayudaba aun con más cosas de los quehaceres del campo, como cuidar a las vacas, en las pequeñas labores agrícolas, a elaborar sidra, etc. A él le encantaba ver los desfiles militares en las calles de París, era un niño muy feliz e inquieto (foto 10). Todo esto él comentaría más tarde, refiriéndose a como aprendió a conocer la vida del campesino y sus necesidades y a entenderlo y saber cuan sacrificado es el trabajo en el campo. Todo esto sirvió para que el crezca en un ambiente sano en cuerpo y espíritu y sobretodo con mucho respeto y amor, que su “familia” le brindaba y que mi padre nunca olvidaría en toda su vida. Así transcurrió su niñez en Francia, en su “Dulce Francia” como él la llamaba, hasta la edad de 14 años…Gran parte de este relato fue contado por mi padre no solo en forma verbal, sino que está escrito en una carta que envió al Dr. José María Velasco Ibarra, expresidente del Ecuador, cuando tramitando su naturalización como ecuatoriano, documento que lo tengo en mi poder como recuerdo y como prueba de lo que escribo.

Todo estaba bien, pero la vida le tenía una sorpresa a papá. Llega el año de 1912 y en su “casa” en Francia, se presenta un señor muy bien parecido y vestido, preguntando directamente por él a su “madre”: “…vengo por Félix…”. Mi padre contaba que se encontraba haciendo las tareas del campo y fue llamado por su “madre” y le presentó al señor que estaba ese momento en su casa y obviamente preguntó que quién era él ? Su “madre” le dijo, “ es tu padre y viene a llevarte con él…tienes que irte…”. Contaba mi padre que entró en angustia y mucho llanto pues no comprendía lo que sucedía ”A dónde me va a llevar?...”, preguntó Y la respuesta del visitante fue tajante, “… soy Luis Gabriel Charvet Lailhacar (foto 11) y vengo a llevarte al Ecuador donde está tu verdadera madre…” El llanto de mi padre no se hizo esperar, porque para él no había otra familia que la de su “Dulce Francia”. Comentaba que lloró por días, en el tren y en el barco. Pese a todo esfuerzo fue inútil, el viaje de retorno debía darse y así fue como empezó su regreso a Ecuador.
Gracias al blog existe un registro (ticket) del viaje de Luis Gabriel Charvet Lailhacar en barco y que pasó por Nueva York, Estados Unidos, en el año de 1912. Atando un poco los cabos, se puede pensar que fue en ese viaje cuando fue por su hijo Félix a Francia, ya que mi padre recuerda que fue a los 14 años cuando conoció a su verdadero padre. (foto 12).Después de un largo viaje, primero en tren, desde París hasta Bordeaux, luego atravesando en barco el Océano Atlántico y llegando a Martinica, a continuación por el recién construido Canal de Panamá y luego de casi tres meses de viaje llegaron a Ecuador, al puerto de Guayaquil donde conocería a Luis Benigno Charvet su hermano (de padre) y de quien más tarde sería su ahijado. De Guayaquil se trasladaron a Quito y llegaron a casa de la familia Charvet Rosales, una villa situada en el barrio de San Diego, con un nombre grande con letras metálicas que decía “La Esperanza”.Me imagino que en esa villa estaba su madre, Leticia Rosales, ya que en el documento en que escribía su historia cuando solicitaba su naturalización, mi padre cuenta que conoció a su madre en la Hacienda “Colimbuela” que se halla ubicada en la Provincia de Imbabura en el cantón Cotacachi. Mi padre relataba que él conoció en ese entonces a Leticia su madre y a parte de sus hermanos que eran muy pequeños y a los que vendrían luego. Sus hermanos fueron: Blanca, Maruja, Carolina e Inés (fotos 13) y Luis Gabriel (hermano de padre), Jorge, Eduardo y Alfonso (foto 14) siendo estos últimos muy pequeños aun. El encuentro fue muy extraño, todos se veían pero nadie hablaba mucho menos mi padre ya que él no hablaba ni entendía el español. Solo hablaba francés su lengua materna. Así empezó su adolescencia en un ir y venir de Quito a la Hacienda. Mi padre nunca estuvo a gusto pues en su pensamiento solo estaba la idea de su “madre y sus hermanas” y de que algún momento podría volver a verlas.
Viendo esto mi abuelo, Luis Gabriel Charvet Lailhacar, para poder distraer a mi padre, decidió ponerle en el Conservatorio Nacional de Música para que aprendiera a tocar el violín. Mi padre Félix Charvet Rosales obtuvo el título de “Violinista” dos años más tarde con la más alta calificación (10/10). Dicho título, emitido por el Conservatorio Nacional de Música, reposa en mi archivo personal, fechado en el año de 1914.
Mi abuelo, Luis Gabriel Charvet Lailhacar, hombre de raíces muy católicas descendía desde su casa en San Diego todos los días a misa de 7 de la mañana en la Iglesia de Santo Domingo en Quito. Junto a él iba mi padre con su violín y tocaba en el coro de la iglesia. Pero el pensamiento de mi padre siempre estaba en su “Dulce Francia” y en su inolvidable “familia”. Así transcurrieron sus años de adolescencia hasta que mi padre cumplió los 19 años de edad, siendo entonces cuando recibe un comunicado del Consulado de Francia con la orden de presentarse como voluntario y reserva del Ejército Francés, al Regimiento 116 de Infantería acantonado en Luxemburgo, pues la Primera Guerra Mundial estaba ya en auge. Era el año de 1917.
Mi abuelo Luis Gabriel Charvet Lailhacar pidió a mi padre que no se presentara para ir a la guerra, pero dicha solicitud no fue escuchada por mi padre Félix pues en ella vio la oportunidad de regresar a Francia y reencontrarse con su “madre y hermanas”. Viendo que su decisión era firme, su padre Luis Gabriel le dio a Félix su hijo una moneda de oro grande, diciendo que era lo único que tenía y con lo que le podía ayudar. Cuanto valdría esa moneda no lo se, pero le sirvió para su viaje de ida y sus gastos posteriores hasta incorporarse al Ejército Francés. Luego de varias semanas de viaje, llegó a Marsella y luego a París. El encuentro con su familia no se hizo esperar y debió ser muy emotivo. Días después partiría rumbo a Luxemburgo para presentarse en el Regimiento 116 de Infantería (foto 15).

Mi padre contaba que él era de contextura pequeña y muy delgada y que cuando le entregaron su equipo casi no podía lograr cargarlo, por lo que en varias ocasiones fue ayudado por su superior que, decía, era un sargento enooorme y fornido. Como anécdota contaba mi padre que sus compañeros le preguntaban que de donde venía y él les respondía que de Ecuador y que casi nadie sabía que país era ese y cuando él, en un mapamundi les enseñaba donde quedaba el Ecuador todos se le burlaban o le reclamaban sobre el por qué vino a una guerra y desde tan lejos. “¿Acaso estás loco?”, le decían.
Fue muy bien entrenado. Lo debía estar, ya que pronto tuvo que enfrentar una guerra de trincheras, demasiada cruel para cualquier ser humano, pues tenían que defenderse si era posible a punta de bayonetas y de peleas cuerpo a cuerpo. Relataba mi padre que los cañonazos de lado francés y del lado alemán, al dispararse en la noche, su fuerte destello hacía parecer que era de día. La guerra fue cruel, sangrienta y muy dura. Muchos de sus amigos, incluyendo su mejor amigo en el Ejército llamado René, murieron entre tantos bombardeos junto a él. A estos bravos soldados se los apodaba “poilus”, nombre que viene de cuando los hombres crecen se vuelven “peludos” y es como un sinónimo de virilidad, bravura, valentía y coraje y estos son atributos que un soldado debía y debe tener. Y fueron así llamados por el valor que demostraban en combate y en avanzar capturando trinchera tras trinchera (fotos 16 y 17). Fueron tan famosos que hubo una canción adoptada como himno de estos bravos hombres, llamada “Quand Madelon” y escrita en 1914 antes de la Gran Guerra. Se la puede escuchar en Internet en el portal de Youtube y está escrita por Louis Bousquet.
Continuando con el relato, mi padre contaba que en muchas ocasiones no hubo alimento ni nada y que por hambre y sed tuvieron que llegar al punto de comer hasta suelas de zapatos y tomar su propia orina para sobrevivir. Así de dura fue la guerra. Contaba también entre sus historias que en una ocasión mientras patrullaban se toparon con un soldado alemán que se hallaba haciendo sus necesidades. Acabaron con su vida y mientras revisaban sus pertenencias se toparon -y lo contaba con tristeza- con unas fotografías de las hijas y esposa del soldado enemigo. Cosas terribles tuvo que pasar, pero no tenía más opción. Después de varios combates mi padre, a quien conocían como un soldado con mucho valor, fue escogido junto con otros tres compañeros para una misión complicada, que la cumplieron a cabalidad pero, lamentablemente, el único que gracias a Dios regresó con vida fue mi padre Félix. Sus compañeros habían muerto en combate, y digo lamentablemente por los otros soldados. Por el valor demostrado en acción mi padre fue condecorado con la Cruz de Guerra (fotos 18 y 19). Dicha medalla, libreta militar y diploma que lo certifican y que dan fé de su participación en esa guerra y como veterano de la misma, están en poder de una de las hijas de Félix y toda la historia reposa en los documentos oficiales en el Ministerio de Defensa en París. En sus relatos mi padre contó también que peleando siempre en el frente de batalla, estuvo a 50 kilómetros de distancia para llegar a Berlín.

La guerra llegó a su fin y ya en el año de 1919, por el mes de junio más o menos, mi padre recibió una carta con la penosa noticia de que su padre, Luis Gabriel Charvet Lailhacar había ya fallecido en la hacienda Colimbuela. Recibía constantes cartas de mi abuela Leticia, que le pedía su pronto regreso a Ecuador, ya que con la muerte de su esposo, se encontraba apenada y con sus hijos pequeños y sola no podía atender los asuntos de las haciendas y el pago de las deudas que pesaban sobre esa fortuna. Ante la insistencia de mi abuela Leticia, su madre adoptiva le pidió a mi padre Félix que no desoyera los pedidos de su madre por lo que lo convenció a que regresara a Ecuador, a lo cual mi padre ya no pudo rehusarse y le dijo que él venía a Ecuador pero que en un año, el regresaría a Francia. Sin embargo el llegaría a Ecuador para nunca más volver a su “Dulce” Francia, pero mantendría comunicación permanente con su “familia” francesa y eso lo demuestran las innumerables cartas que con su “madre y hermanas” intercambiaban, muchas de las cuales reposan en mi archivo personal.
Antes de continuar con la vida de mi padre en el Ecuador, contaré de manera corta la historia de las haciendas que conformaron la fortuna de Luis Gabriel Charvet Lailhacar y de cómo fueron adquiridas y sólo una de ellas, El Molino, sigue perteneciendo a la familia Charvet Muñoz. Las haciendas son: Colimbuela, Tunibamba y El Molino. De estas tres nacen el resto de haciendas hasta hoy existentes.
Las Haciendas
Estas haciendas, se encuentran ubicadas en la provincia de Imbabura, en el Cantón Cotacachi y dos de ellas en la parroquia de Imantag. Nos remontamos al año de 1860 donde aparecen los hermanos franceses Ludovico, Fermín y Louis GOUIN. Estos hermanos dedicados mayormente a la banca, en ese año inauguran en la ciudad de Quito la Casa Comercial L. Gouin (foto 20) en la esquina de las calles Venezuela y Espejo donde hoy funciona el Banco Pichincha. Luego el Sr. Ludovico Gouin contraería matrimonio con Carolina Charvet Lailhacar, mi tía abuela.
Ludovico Gouin, entre sus clientes como banquero tenía a un ciudadano peruano llamado Nicolás Vásquez de Velasco, quien le adeudaba un valor de 15.000 pesos de la época y era el heredero de las haciendas Tunibamba y Colimbuela. Ludovico le propone que le venda las haciendas con el fin de saldar la deuda. Llegan a un acuerdo y el precio pactado para la venta de las haciendas fue de 30.000 pesos de la época, cantidad de la cual se descontaría la deuda. Dicho compromiso fue documentado y firmado, siendo notariado en el año de 1871, pues antes de firmar las escrituras había que legalizar derechos y acciones por parte de los herederos de dichas haciendas ya que estas pertenecieron a la Sra. Nicolasa de Ontañón y Valverde (foto 21), que había fallecido años antes. Para estos trámites se nombró a un albacea, un señor de apellido Miranda, ya que el Sr. Vásquez de Velasco residía en la ciudad de Lima, Perú, existiendo otro heredero en Guayaquil y otro en Quito. Todo este trámite duró algunos años hasta que se concretó la venta y firmaron las escrituras los Hnos. Gouin, Fermín mediante un poder especial a nombre de Ludovico ya que éste se encontraba en Francia el momento de la firma. Esto fue el año 1881 y son dueños de las haciendas Tunibamba y Colimbuela el señor Ludovico Gouin y su señora Carolina Charvet Lailhacar. Toda esta información y escrituras me la entregó mi padre en el año de 1968 y reposan en mi archivo personal.
Haciendo un paréntesis, debo indicar que existía una leyenda al respecto. Se decía que estas haciendas habían sido ganadas en una apuesta en un juego de cartas a un personaje muy importante peruano y no se si algo de cierto haya en todo esto ya que investigando, la señora Nicolasa de Ontañón y Valverde tenía el título de III Condesa de Las Lagunas, nacida y bautizada en la ciudad de Cuzco el 27 de noviembre de 1740 y ella estuvo casada con el Maestre de Campo don Pablo Vasco de Velásquez y Bernaldo de Quirós, nacido en Lima el 26 de mayo de 1823 y que era Capitán Comandante del Fuerte y Frontera de la Concepción de Pancartambo, poseedor del opulento Mayorazgo de Tello. Algo de cierto debe haber.

Transcurrieron siete años para que su hermano Louis Gouin adquiriera la hacienda El Molino, conocida como la “panelera” y que perteneció al Primer Marqués de San José y Vizconde de Casa Larrea, el señor Coronel Manuel de Larrea y Jijón, allá por los años de 1814, cuando el era Coronel de las Milicias en plena época de revolución en el Ecuador, cargo que lo ocupó hasta 1822, ya que el también fue Prócer de la Independencia del Ecuador y miembro de la Junta de Gobierno del 10 de Agosto de 1809. Su hijo el Sr. Dr. José Modesto Larrea y Carrión (foto 22), la heredó y llegó a tener 44 latifundios en todo el Ecuador, siendo El Molino uno de ellos, pertenciendo luego de los Jesuitas, el mayor latifundista del país. Fue presidente y vicepresidente encargado del Ecuador (del 5 de octubre al 5 de noviembre de 1832). Otra noticia relevante de este señor es que, en segundas nupcias, fue cuñado de Antonio José de Sucre ya que se casó con María Carcelén y Larrea, hermana de la Marquesa de Solanda, esposa del Mariscal. Por el año de 1836 El Molino junto con otras propiedades las tenían arrendadas a otro gran latifundista del país, el señor Sr. José María Pérez y Calixto (Caballero Comendador de primera Clase de la Orden de Isabel La Católica). Además consta que la hacienda de Colimbuela la tenían arrendada a los Condes de la Lagunas y era utilizada específicamente para actividades manufactureras. El Molino fue vendida luego al ciudadano colombiano Luis del Hierro, con quien Louis Gouin pactó el justo precio en la suma de 18.000 pesos de la época, firmando las escrituras en el año de 1888, debidamente motorizadas, documentos que se encuentran en mi archivo personal para verificación de cualquier interesado. Esta hacienda tenía, en ese entonces, sembríos de caña de azúcar y se elaboraba panela o raspadura, que fue lo que le dio su fama de hacienda panelera


Colimbuela y El Molino, eran parte del sector conocido como Tierras de Rea, lo propio Imantag, El Morlán, etc. (foto 23). Y era conocido como Colimbuela de Rea, El Molino de Rea. Dichas propiedades y la casa de hacienda de El Molino era lo que actualmente se lo conoce en la familia Charvet Muñoz como “el troje”. Claro que el actual es una réplica de la casa anterior que fue destruida en el terremoto de Ibarra sucedido en la década de 1860. Existen registros de Imantag, de Colimbuela y obviamente de El Molino desde 1775, específicamente del 18 de septiembre de dicho año, documentos que los tiene mi hijo Rolando que en años de investigación los ha recopilado por su interés en la historia familiar y de las haciendas.Conformada esta gran fortuna, Ludovico Gouin y Carolina Charvet Lailhacar, deciden un buen día partir a Francia y dejar el manejo de las haciendas en administración perpetua al señor Nicolás Garcés, quien al poco tiempo falleció quedando las propiedades para ser rematadas públicamente. En Quito, para entonces, funcionaba una sociedad comercial denominada Matheus–Charvet formada entre los señores. Carlos Matheus y García y Luis Gabriel Charvet Lailhacar, sociedad con mucha valía económica. Un día esta sociedad decidió comprar el lote de haciendas en remate y lo hizo pagando en efectivo. En el documento que poseo no se habla del monto pagado por dicha compra, pero allí está registrada. Como suele suceder, esta sociedad llegó a su fin, quedando la parte de las haciendas (Colimbuela, Tunibamba y El Molino) en poder de Luis Gabriel Charvet Lailhacar quien para la época ya era esposo de Leticia Rosales Jara, mi abuela.
El retono al Ecuador
Volviendo a la vida de mi padre, Félix Charvet Rosales, ocurrió que a petición de mi abuela Leticia Rosales, retornó al Ecuador desde Francia, pues a la muerte de mi abuelo no había otra persona de confianza de mi abuela, que se hiciera cargo de la situación hereditaria y de la situación económica, ya que sobre la fortuna de las haciendas pesaba una deuda para 1920, de 370.000 sucres, con el Banco del Pichincha. Mi padre Félix recibió un documento de parte de mi abuela Leticia en donde lo pone al tanto de todos los pormenores, documento que fue elaborado por el Dr. Romoleroux, abogado de la familia, y que tuvo que ser traducido al francés para que mi padre lo entendiese. En este documento, que consta en mi archico, mi abuela Leticia le pedía a mi padre que se hiciese cargo de la situación y le ofrecía en arriendo todas las haciendas, ocurriendo todo esto en el año de 1928.
Conocedor en algo del trabajo que le esperaba, pero en macro, ya que de niño algo hizo en su humilde hogar en Francia, mi padre se puso manos a la obra y con ayuda de los empleados de las haciendas, tales como escribientes, mayordomos, ayudantes de labranza empieza a mover todo ese aparataje de producción. Para entonces se defendía mejor con el idioma español y era muy exigente en el trabajo, enseñando mucho a sus subordinados, de la misma forma que exigió trabajo y sobretodo resultados. Llevaba las cuentas de manera magistral para la época y para los escasos conocimientos técnicos que poseía, los escribientes eran muy bien controlados y supervisados y los libros debían ser muy bien manejados. En mi archivo personal constan todos estos libros de cuentas que datan desde el año 1925 hasta 1950. La contabilidad es asombrosa pues se detalla hasta el mínimo centavo en dinero o hasta el mínimo de peso en granos y unidades de animales y de personal que ahí trabajaba. Transcurrido un año de haber arrendado las haciendas pagó toda las deudas que pesaban sobre la fortuna Charvet Rosales, todo lo cual esta documentado en archivos personales que registran y confirman lo relatado. Todas las labores agrícolas se las realizaba con más de cien peones y se preparaba el suelo para la siembra con aproximadamente 100 yuntas de bueyes (foto 24)

En la hacienda Tunibamba se mantenía todo ese ganado al comedero. En la hacienda Colimbuela se efectuaban sembríos de varios productos tales como maíz, arveja, fréjol, papas, trigo, cebada(foto 25). En la hacienda El Molino se elaboraba panela en el trapiche, que hasta hoy existe allí pero ya sin funcionamiento. Con el carácter tenaz de mi padre Félix la zona de Imantag comenzó a experimentar cambios en la forma de la producción. Mi padre exigía todo lo más perfecto posible. Quería cambiar la forma de la labranza de la tierra, necesitaba cambiar de la yunta al tractor, necesitaba cambiar la forma de cargar los costales en largas distancias, desde el llano hasta el troje, a espaldas de los peones y su famoso trote de perro, necesitaba un camioncito, sueño que mi padre hizo realidad allá por el año de 1930.

Llegó a Quito un camioncito de la marca Ford, el famoso Ford T de 1930. Claro para la época era un camioncito, pero ahora no sería ni una camioneta. En fin, mi padre lo adquirió en ese año, en que no habían caminos carrozables desde Quito a Imbabura ya que, según contaba mi padre, él se tardaba un día entero a caballo desde Colimbuela hasta Quito y al barrio de San Diego donde vivía. Contaba que tenía unos caballos increíbles para que le aguanten semejante trajín, ya que no paraba. Se montaba y sin parar, de una, llegaba a Quito, hasta que un día, en un pueblito cercano a Quito, llamado Cotocollao, construyeron un sitio de descanso de caballos y ofrecían el servicio de “taxi” hasta Quito. Los caballos quedaban allí descansando mientras regresaban los jinetes. Volviendo al tema del camioncito, mi padre lo compra en Quito, lo desarma y lo hace transportar en piezas cargadas por los peones hasta Colimbuela, en donde lo vuelve a armar. Contaba mi padre que se demoró dos días en llevarlo y que en el trayecto le cogió la noche, por lo que tuvo que descansar en el pueblo de Otón. El camioncito Ford aquel transportaba 20 quintales y fue de mucha ayuda para las haciendas.
Ocho años pasaron para que mi padre lograra pasar de las yuntas al tractor, a fin de apresurar las labores de la tierra y es así como, en el año de 1938, llegan a Quito los tractores de la marca HANOMAG, procedentes de Alemania, específicamente de la ciudad de Hannover. Esos tractores los distribuían en Quito, en la calle García Moreno, una cuadra antes del Arco de la Reina. El gerente era el Ing. Pikernel, alemán. Tuve el gusto de conocerlo, pues mi padre me llevó a su oficina en el año 1954, pero ya no existían esos tractores y vendía otro tipo de maquinaria, pero mi padre lo visitaba porque mantuvieron una amistad buena desde la compra de los primeros tractores. El tractor igualmente fue llevado a Colimbuela, en piezas y por peones, para ser armado por el propio Ing. Pikernel.
Todo esto causó revuelo en la zona. Mi padre era cada vez más reconocido por su tenacidad en el trabajo, por los logros conseguidos con las haciendas, con las mejoras en la producción, tanto que en el año de 1935, específicamente el 24 de agosto, fue distinguido en la ciudad de Ibarra otorgándole una placa como un gran filántropo (la placa esta en mi archivo personal). Tuvo también varios reconocimiento de parte de los transportistas de Otavalo, de los productores de trigo de Atuntaqui y un gran reconocimiento a su labor como productor agrícola fue parte de una publicación nacional con alcance internacional en la que se promovían las exportaciones del Ecuador y en la cual se reconocía a los hombres más importantes del país. Esa publicación se denominó “Revista Gráfica Ecuatoriana” (foto 26) y apareció en 1955, constando mi padre entre los Más Altos Valores Nacionales. La revista se encuentra en mi archivo personal y está a disposición de quien desee consultarla (foto 27).

Mi padre Félix tenía como entretenimiento la cacería de perdices y conejos y cuando estaba en Quito se reunía con amigos, entre ellos, el señor Miguel Jijón y junto con sus perros de cacería iban a los páramos del Cotopaxi para pasar un tiempo de relax y diversión, en compañía de sus hermanos, en especial Jorge y Gabriel (foto 28 y foto 29)
Transcurridos los años, allá por 1938, mi abuela Leticia decide comprar una casa en el barrio de La Mariscal, casa que tenía por nombre “Villa Berta” y que está aun ubicada en las calles Páez y Patria. Fue adquirida completamente amoblada por el valor de 80.000 sucres. Era una casa muy lujosa, con varios detalles como pileta de mármol en el jardín, plantas como hortensias, árbol de magnolias, un altar y varios detalles que su dueño anterior, que la construyó, lo hizo pensando en comodidad y mucho estilo y lujo. Pasan los años y fallece mi abuela en dicha casa en un mes de febrero del año 1942 si no me falla la memoria, terminando así la etapa de los progenitores de la familia Charvet Rosales.
Mi padre, entre las anécdotas que contaba, está una según la cual, por las noches, en la hacienda de Colimbuela se escuchaba que un caballo cruzaba a todo galope desde la puerta principal de la hacienda hacia los obrajes. Lo curioso era que ningún empleado al día siguiente había escuchado nada. Otra leyenda típica de hacienda era que él decía que por las noches sentía que a los pies de su cama alguien se sentaba y el al prender la vela para ver de que se trataba, no divisaba nada y siempre preguntaba “eres de éste mundo o del otro?”. Como es obvio, nunca respondían.
Una de las grandes leyendas de las haciendas, especialmente de Colimbuela, decía que una madrugada cuando el señor Nicolás Garcés era el administrado de las haciendas -luego de que los señores Gouin las dejaran en sus manos- junto con el “huasicama” o cuidador hizo que llevara cargando un baúl de cuero grande conteniendo una gran cantidad de monedas, producto de las ventas del obraje, y procedieron a esconderlo enterrándolo en algún lugar. Ese misterio aún es relatado como el gran tesoro de Colimbuela.
Según otra anécdota un día en que iban de cacería por las partes altas de las haciendas, una comunidad indígena del sector acorraló a mi padre y a la gente que lo acompañaba, obligándolos a ir al filo de un precipicio. Una persona cayó pero logró salvarse y fue en busca de ayuda, regresando con el Teniente Político del sector quien calmó los ánimos del pueblo, con lo que lograron salvar sus vidas.
Ciertas tradiciones que han ido desapareciendo por el ritmo de los nuevos tiempos en varios pueblos es el festejo del San Juan. Antes la fiesta duraba un mes entero y los indígenas iban de hacienda en hacienda bailando, bebiendo, comiendo y festejando con sus mejores galas y se cuenta y algo recuerdo porque cuando era muy niño también pude apreciar algunas de estas festividades. Desde lejos se apreciaba como más de 100 personas, que podrían ser 200 0 300 se acercaban a la hacienda para el festejo. Ellos venían de otra hacienda en un “tour bailable” y cuando llegaban lo hacían cargados con costales de frutas, gallinas, cabras, productos que obsequiaban a mi padre, quien a su vez, a los cabecillas, les obsequiaba liencillo para que elaboren sus vestimentas, tanto para hombres como para mujeres. Mi padre armaba una especia de ruedo y había toros para el deleite de los presentes. En el trapiche se preparaban alambiques grandes de chicha de jora, de trago puro, las famosas puntas y existía una paila de bronce en donde entraba literalmente una res entera. Se brindaba comida a todos el personal y sobretodo la música estaba presente. Se comentaba que la música, por la potencia de los equipos, se escuchaba hasta Cotacachi.
Los danzantes venían con sus mejores galas, reservadas solo para esas fechas, de junio y julio, y en casi un mes no había trabajo en las haciendas porque todos los pueblos danzaban y festejaban. Como era obvio, en esas fiestas las tradiciones indígenas estaban muy arraigadas, eran coloridos en sus vestidos, alegres en sus danzas, pero bravos para una buena pelea que cuando estaban un poco ebrios armaban. Cuando se quedaban dormidos era obligación de las mujeres permanecer sentadas junto a ellos cuidándolos que no les roben, y pobre de la mujer que no se hallaba en su puesto al despertar el durmiente, porque se ganaba una golpiza. Más o menos recuperados luego de dos o tres días de baile, armaban y tomaban sus cosas y continuaban en dirección a la siguiente hacienda y así hasta que terminara el mes de fiestas. Con el tiempo los festejos fueron disminuyendo, muchas reformas iban dando paso a la “modernidad” y luego se limitaban a las Hoyanzas que eran festejos similares pero en menor intensidad. Igual todos se reunían para preparar los alimentos, había reses, chivos, maíz, coladita, chicha, trago, baile, etc. para festejar el fin de las cosechas. Esto ya no ocurre desde hace aproximadamente 20 años en las haciendas de la familia. Y asú, existen un sinfín de anécdotas por contar pero quería compartir unas pocas con la familia.

Luego de morir mi abuela Leticia los bienes, en especial las haciendas, entraron a la correspondiente repartición entre los herederos. A mi padre Félix, como jefe de la familia Charvet Rosales, le tocó enfrentar este reto. Fueron divididas las haciendas Colimbuela, San Francisco, Perafán y Tunibamba. La hacienda El Molino no entró al sistema de partición pues mi padre la había obtenido en forma de compra, tanto la parte de mi abuela Leticia así como la parte proporcional a los herederos, según consta en un documento suscrito por mi padre Félix y mi abuela Leticia, correspondiendo la parte legal, como era costumbre, al abogado de la familia, el doctor Romoleroux. Adquirida la hacienda El Molino por el año de 1935 mi padre realiza algunas obras importantes tales como el camino de acceso a la hacienda desde el poblado de Imantag, lo que le llevó alrededor de siete años ya que fue construida a mano. En junio de 1935 mi padre construyó lo que es el trapiche para la molienda de caña y la elaboración de raspadura o panela. Esta construcción la realiza con un ayudante, un albañil de planta que también era cuidador y que fue el señor Juan María Chicaiza, quien vivía en una pequeña casa junto al Troje de la hacienda. Luego mi padre, junto al trapiche, construyó la casa de vivienda, en la cual residimos hasta el día de hoy y a la cual todos son bienvenidos. La casa, entre la familia, es conocida como “la casa vieja”; ya que existe otra casa a la que conocemos como “la casa nueva”, que pertenecía de mis hermanas. Dicha casa fue igualmente construida por mi padre tomando como referencia las características del Palacio de Versalles y es muy linda también.
Ya afincado totalmente en la Hacienda El Molino, mi padre adquiere más maquinaria para el óptimo aprovechamiento de la tierra y mejoramiento de los procesos de producción. Compró tractores Allis Chalmers, Hanomag, un Studebaquer recibido como herencia, un camioncito Mercury, etc.
Los años pasaron y un día mi padre sufre un trombosis cerebral a la edad de 65 años y queda sin habla y paralizado todo su lado derecho. Con el tiempo y con rehabilitación y el cuidado tesonero de mi madre Mercedes, logra recuperar el habla y así permanece casi sentado por un periodo de 9 años, hasta que fallece víctima de un coma diabético en año de 1972.
Mi padre se casó con mi madre la señora Mercedes Muñoz Lima (foto 30), conocida como Michita y procrean ocho hermosos hijos quienes son: Gonzalo Eduardo, Galo Fermín René, Leticia (+), María Beatriz, Carmen Amelia, Ricardo, Anita Dolores y Elenita del Pilar (foto 31, en la que no aparecen Carmen y María).

Actualmente recordamos todos a nuestra inolvidable hermana Leticia que falleció en un accidente de tránsito hace 30 años. También cabe recalcar y mencionar que forma parte de nuestra familia nuestro medio hermano Luis Charvet .
- Gonzalo Charvet se casó con Sara Ramadán y tuvieron dos hijos: Javier y José Francisco Charvet Ramadán
- Galo Charvet se casó con Lourdes Guevara y tuvieron tres hijos: Gabriela, Rolando y Galo Charvet Guevara
- Leticia Charvet se casó con Néstor Tomaselli y tuvieron tres hijos: Germánico, Francisco y Daniela Tomaselli Charvet
- María Charvet se casó con Carlos Naranjo y tuvieron tres hijos: Juan Carlos, Leticia y Verónica Naranjo Charvet
- Carmen Charvet se casó con Roberto Yerovi y tuvieron dos hijos: Juan Pablo y Andrea Yerovi Charvet
Ricardo Charvet se casó con Liz Maldonado y tuvieron dos hijos: Félix Ricardo y Estefanía Charvet Maldonado
Anita Dolores Charvet se casó con Francisco Sylva y tuvieron 2 hijos: Luis Francisco y Diego Sylva Charvet
Elenita Charvet se casó con Miguel Pérez y tuvieron tres hijas: Alejandra, María Belén y María José Pérez Charvet
Luis Charvet se casó con Alicia Castro y tuvieron dos hijos
Muerto mi padre, mi madre Mercedes toma a su cargo el mando de la hacienda El Molino, ya que por las circunstancias penosas vividas, el único patrimonio de mi padre estaba afectado económicamente y había que salvarlo. El trabajo tesonero de mi madre, mujer incansable convertida en verdadera heroína, ayudada por sus hijos, logra salvar la hacienda la misma que luego sería dividida entre sus ocho hijos. Dicho patrimonio denominado Hacienda El Molino es conservado hasta el día de hoy y permanece en poder de la familia Charvet Muñoz.
Esta historia la escribo para que la memoria de mi padre no sea olvidada y para que quienes no lo conocieron en vida, en especial la familia que descendemos de él, la lean y sepan que hubo un hombre de corazón generoso y de mano extendida y de ayuda permanente que él ofrecía y daba a todos quienes a el se acercaban.
En la familia Charvet Muñoz hubieron dos héroes, mi padre Félix y mi madre Mercedes, a quienes ahora quiero rendir homenaje mediante esta corta historia y sobretodo porque de ellos recibí amor al trabajo, sentimientos de generosidad, amor a la familia y también un profundo amor a Dios por medio de mi madre, que si no hubiera sido por su mano sobre nuestra familia, nada de esto hubiera sucedido y nada de las cosas mejores por venir existirían. Son 111 años del nacimiento de mi padre Félix y 88 años de mi madre Mercedes y ofrezco mi corazón generoso y extiendo mi mano a la familia Charvet Muñoz en especial, por todo el amor que siempre les tuve a mis padres y hermanos.
Esto fue con todo mi cariño.
Su hijo
Galo Charvet Muñoz