Todo estaba bien, pero la vida le tenía una sorpresa a papá. Llega el año de 1912 y en su “casa” en Francia, se presenta un señor muy bien parecido y vestido, preguntando directamente por él a su “madre”: “…vengo por Félix…”. Mi padre contaba que se encontraba haciendo las tareas del campo y fue llamado por su “madre” y le presentó al señor que estaba ese momento en su casa y obviamente preguntó que quién era él ? Su “madre” le dijo, “ es tu padre y viene a llevarte con él…tienes que irte…”. Contaba mi padre que entró en angustia y mucho llanto pues no comprendía lo que sucedía ”A dónde me va a llevar?...”, preguntó Y la respuesta del visitante fue tajante, “… soy Luis Gabriel Charvet Lailhacar (foto 11) y vengo a llevarte al Ecuador donde está tu verdadera madre…” El llanto de mi padre no se hizo esperar, porque para él no había otra familia que la de su “Dulce Francia”. Comentaba que lloró por días, en el tren y en el barco. Pese a todo esfuerzo fue inútil, el viaje de retorno debía darse y así fue como empezó su regreso a Ecuador.
Gracias al blog existe un registro (ticket) del viaje de Luis Gabriel Charvet Lailhacar en barco y que pasó por Nueva York, Estados Unidos, en el año de 1912. Atando un poco los cabos, se puede pensar que fue en ese viaje cuando fue por su hijo Félix a Francia, ya que mi padre recuerda que fue a los 14 años cuando conoció a su verdadero padre. (foto 12).Después de un largo viaje, primero en tren, desde París hasta Bordeaux, luego atravesando en barco el Océano Atlántico y llegando a Martinica, a continuación por el recién construido Canal de Panamá y luego de casi tres meses de viaje llegaron a Ecuador, al puerto de Guayaquil donde conocería a Luis Benigno Charvet su hermano (de padre) y de quien más tarde sería su ahijado. De Guayaquil se trasladaron a Quito y llegaron a casa de la familia Charvet Rosales, una villa situada en el barrio de San Diego, con un nombre grande con letras metálicas que decía “La Esperanza”.Me imagino que en esa villa estaba su madre, Leticia Rosales, ya que en el documento en que escribía su historia cuando solicitaba su naturalización, mi padre cuenta que conoció a su madre en la Hacienda “Colimbuela” que se halla ubicada en la Provincia de Imbabura en el cantón Cotacachi. Mi padre relataba que él conoció en ese entonces a Leticia su madre y a parte de sus hermanos que eran muy pequeños y a los que vendrían luego. Sus hermanos fueron: Blanca, Maruja, Carolina e Inés (fotos 13) y Luis Gabriel (hermano de padre), Jorge, Eduardo y Alfonso (foto 14) siendo estos últimos muy pequeños aun. El encuentro fue muy extraño, todos se veían pero nadie hablaba mucho menos mi padre ya que él no hablaba ni entendía el español. Solo hablaba francés su lengua materna. Así empezó su adolescencia en un ir y venir de Quito a la Hacienda. Mi padre nunca estuvo a gusto pues en su pensamiento solo estaba la idea de su “madre y sus hermanas” y de que algún momento podría volver a verlas.
Viendo esto mi abuelo, Luis Gabriel Charvet Lailhacar, para poder distraer a mi padre, decidió ponerle en el Conservatorio Nacional de Música para que aprendiera a tocar el violín. Mi padre Félix Charvet Rosales obtuvo el título de “Violinista” dos años más tarde con la más alta calificación (10/10). Dicho título, emitido por el Conservatorio Nacional de Música, reposa en mi archivo personal, fechado en el año de 1914.
Mi abuelo, Luis Gabriel Charvet Lailhacar, hombre de raíces muy católicas descendía desde su casa en San Diego todos los días a misa de 7 de la mañana en la Iglesia de Santo Domingo en Quito. Junto a él iba mi padre con su violín y tocaba en el coro de la iglesia. Pero el pensamiento de mi padre siempre estaba en su “Dulce Francia” y en su inolvidable “familia”. Así transcurrieron sus años de adolescencia hasta que mi padre cumplió los 19 años de edad, siendo entonces cuando recibe un comunicado del Consulado de Francia con la orden de presentarse como voluntario y reserva del Ejército Francés, al Regimiento 116 de Infantería acantonado en Luxemburgo, pues la Primera Guerra Mundial estaba ya en auge. Era el año de 1917.
Mi abuelo Luis Gabriel Charvet Lailhacar pidió a mi padre que no se presentara para ir a la guerra, pero dicha solicitud no fue escuchada por mi padre Félix pues en ella vio la oportunidad de regresar a Francia y reencontrarse con su “madre y hermanas”. Viendo que su decisión era firme, su padre Luis Gabriel le dio a Félix su hijo una moneda de oro grande, diciendo que era lo único que tenía y con lo que le podía ayudar. Cuanto valdría esa moneda no lo se, pero le sirvió para su viaje de ida y sus gastos posteriores hasta incorporarse al Ejército Francés. Luego de varias semanas de viaje, llegó a Marsella y luego a París. El encuentro con su familia no se hizo esperar y debió ser muy emotivo. Días después partiría rumbo a Luxemburgo para presentarse en el Regimiento 116 de Infantería (foto 15).
Mi padre contaba que él era de contextura pequeña y muy delgada y que cuando le entregaron su equipo casi no podía lograr cargarlo, por lo que en varias ocasiones fue ayudado por su superior que, decía, era un sargento enooorme y fornido. Como anécdota contaba mi padre que sus compañeros le preguntaban que de donde venía y él les respondía que de Ecuador y que casi nadie sabía que país era ese y cuando él, en un mapamundi les enseñaba donde quedaba el Ecuador todos se le burlaban o le reclamaban sobre el por qué vino a una guerra y desde tan lejos. “¿Acaso estás loco?”, le decían.
Fue muy bien entrenado. Lo debía estar, ya que pronto tuvo que enfrentar una guerra de trincheras, demasiada cruel para cualquier ser humano, pues tenían que defenderse si era posible a punta de bayonetas y de peleas cuerpo a cuerpo. Relataba mi padre que los cañonazos de lado francés y del lado alemán, al dispararse en la noche, su fuerte destello hacía parecer que era de día. La guerra fue cruel, sangrienta y muy dura. Muchos de sus amigos, incluyendo su mejor amigo en el Ejército llamado René, murieron entre tantos bombardeos junto a él. A estos bravos soldados se los apodaba “poilus”, nombre que viene de cuando los hombres crecen se vuelven “peludos” y es como un sinónimo de virilidad, bravura, valentía y coraje y estos son atributos que un soldado debía y debe tener. Y fueron así llamados por el valor que demostraban en combate y en avanzar capturando trinchera tras trinchera (fotos 16 y 17). Fueron tan famosos que hubo una canción adoptada como himno de estos bravos hombres, llamada “Quand Madelon” y escrita en 1914 antes de la Gran Guerra. Se la puede escuchar en Internet en el portal de Youtube y está escrita por Louis Bousquet.
Continuando con el relato, mi padre contaba que en muchas ocasiones no hubo alimento ni nada y que por hambre y sed tuvieron que llegar al punto de comer hasta suelas de zapatos y tomar su propia orina para sobrevivir. Así de dura fue la guerra. Contaba también entre sus historias que en una ocasión mientras patrullaban se toparon con un soldado alemán que se hallaba haciendo sus necesidades. Acabaron con su vida y mientras revisaban sus pertenencias se toparon -y lo contaba con tristeza- con unas fotografías de las hijas y esposa del soldado enemigo. Cosas terribles tuvo que pasar, pero no tenía más opción. Después de varios combates mi padre, a quien conocían como un soldado con mucho valor, fue escogido junto con otros tres compañeros para una misión complicada, que la cumplieron a cabalidad pero, lamentablemente, el único que gracias a Dios regresó con vida fue mi padre Félix. Sus compañeros habían muerto en combate, y digo lamentablemente por los otros soldados. Por el valor demostrado en acción mi padre fue condecorado con la Cruz de Guerra (fotos 18 y 19). Dicha medalla, libreta militar y diploma que lo certifican y que dan fé de su participación en esa guerra y como veterano de la misma, están en poder de una de las hijas de Félix y toda la historia reposa en los documentos oficiales en el Ministerio de Defensa en París. En sus relatos mi padre contó también que peleando siempre en el frente de batalla, estuvo a 50 kilómetros de distancia para llegar a Berlín.
La guerra llegó a su fin y ya en el año de 1919, por el mes de junio más o menos, mi padre recibió una carta con la penosa noticia de que su padre, Luis Gabriel Charvet Lailhacar había ya fallecido en la hacienda Colimbuela. Recibía constantes cartas de mi abuela Leticia, que le pedía su pronto regreso a Ecuador, ya que con la muerte de su esposo, se encontraba apenada y con sus hijos pequeños y sola no podía atender los asuntos de las haciendas y el pago de las deudas que pesaban sobre esa fortuna. Ante la insistencia de mi abuela Leticia, su madre adoptiva le pidió a mi padre Félix que no desoyera los pedidos de su madre por lo que lo convenció a que regresara a Ecuador, a lo cual mi padre ya no pudo rehusarse y le dijo que él venía a Ecuador pero que en un año, el regresaría a Francia. Sin embargo el llegaría a Ecuador para nunca más volver a su “Dulce” Francia, pero mantendría comunicación permanente con su “familia” francesa y eso lo demuestran las innumerables cartas que con su “madre y hermanas” intercambiaban, muchas de las cuales reposan en mi archivo personal.
Antes de continuar con la vida de mi padre en el Ecuador, contaré de manera corta la historia de las haciendas que conformaron la fortuna de Luis Gabriel Charvet Lailhacar y de cómo fueron adquiridas y sólo una de ellas, El Molino, sigue perteneciendo a la familia Charvet Muñoz. Las haciendas son: Colimbuela, Tunibamba y El Molino. De estas tres nacen el resto de haciendas hasta hoy existentes.
Las Haciendas
Estas haciendas, se encuentran ubicadas en la provincia de Imbabura, en el Cantón Cotacachi y dos de ellas en la parroquia de Imantag. Nos remontamos al año de 1860 donde aparecen los hermanos franceses Ludovico, Fermín y Louis GOUIN. Estos hermanos dedicados mayormente a la banca, en ese año inauguran en la ciudad de Quito la Casa Comercial L. Gouin (foto 20) en la esquina de las calles Venezuela y Espejo donde hoy funciona el Banco Pichincha. Luego el Sr. Ludovico Gouin contraería matrimonio con Carolina Charvet Lailhacar, mi tía abuela.
Gracias al blog existe un registro (ticket) del viaje de Luis Gabriel Charvet Lailhacar en barco y que pasó por Nueva York, Estados Unidos, en el año de 1912. Atando un poco los cabos, se puede pensar que fue en ese viaje cuando fue por su hijo Félix a Francia, ya que mi padre recuerda que fue a los 14 años cuando conoció a su verdadero padre. (foto 12).Después de un largo viaje, primero en tren, desde París hasta Bordeaux, luego atravesando en barco el Océano Atlántico y llegando a Martinica, a continuación por el recién construido Canal de Panamá y luego de casi tres meses de viaje llegaron a Ecuador, al puerto de Guayaquil donde conocería a Luis Benigno Charvet su hermano (de padre) y de quien más tarde sería su ahijado. De Guayaquil se trasladaron a Quito y llegaron a casa de la familia Charvet Rosales, una villa situada en el barrio de San Diego, con un nombre grande con letras metálicas que decía “La Esperanza”.Me imagino que en esa villa estaba su madre, Leticia Rosales, ya que en el documento en que escribía su historia cuando solicitaba su naturalización, mi padre cuenta que conoció a su madre en la Hacienda “Colimbuela” que se halla ubicada en la Provincia de Imbabura en el cantón Cotacachi. Mi padre relataba que él conoció en ese entonces a Leticia su madre y a parte de sus hermanos que eran muy pequeños y a los que vendrían luego. Sus hermanos fueron: Blanca, Maruja, Carolina e Inés (fotos 13) y Luis Gabriel (hermano de padre), Jorge, Eduardo y Alfonso (foto 14) siendo estos últimos muy pequeños aun. El encuentro fue muy extraño, todos se veían pero nadie hablaba mucho menos mi padre ya que él no hablaba ni entendía el español. Solo hablaba francés su lengua materna. Así empezó su adolescencia en un ir y venir de Quito a la Hacienda. Mi padre nunca estuvo a gusto pues en su pensamiento solo estaba la idea de su “madre y sus hermanas” y de que algún momento podría volver a verlas.
Viendo esto mi abuelo, Luis Gabriel Charvet Lailhacar, para poder distraer a mi padre, decidió ponerle en el Conservatorio Nacional de Música para que aprendiera a tocar el violín. Mi padre Félix Charvet Rosales obtuvo el título de “Violinista” dos años más tarde con la más alta calificación (10/10). Dicho título, emitido por el Conservatorio Nacional de Música, reposa en mi archivo personal, fechado en el año de 1914.
Mi abuelo, Luis Gabriel Charvet Lailhacar, hombre de raíces muy católicas descendía desde su casa en San Diego todos los días a misa de 7 de la mañana en la Iglesia de Santo Domingo en Quito. Junto a él iba mi padre con su violín y tocaba en el coro de la iglesia. Pero el pensamiento de mi padre siempre estaba en su “Dulce Francia” y en su inolvidable “familia”. Así transcurrieron sus años de adolescencia hasta que mi padre cumplió los 19 años de edad, siendo entonces cuando recibe un comunicado del Consulado de Francia con la orden de presentarse como voluntario y reserva del Ejército Francés, al Regimiento 116 de Infantería acantonado en Luxemburgo, pues la Primera Guerra Mundial estaba ya en auge. Era el año de 1917.
Mi abuelo Luis Gabriel Charvet Lailhacar pidió a mi padre que no se presentara para ir a la guerra, pero dicha solicitud no fue escuchada por mi padre Félix pues en ella vio la oportunidad de regresar a Francia y reencontrarse con su “madre y hermanas”. Viendo que su decisión era firme, su padre Luis Gabriel le dio a Félix su hijo una moneda de oro grande, diciendo que era lo único que tenía y con lo que le podía ayudar. Cuanto valdría esa moneda no lo se, pero le sirvió para su viaje de ida y sus gastos posteriores hasta incorporarse al Ejército Francés. Luego de varias semanas de viaje, llegó a Marsella y luego a París. El encuentro con su familia no se hizo esperar y debió ser muy emotivo. Días después partiría rumbo a Luxemburgo para presentarse en el Regimiento 116 de Infantería (foto 15).
Mi padre contaba que él era de contextura pequeña y muy delgada y que cuando le entregaron su equipo casi no podía lograr cargarlo, por lo que en varias ocasiones fue ayudado por su superior que, decía, era un sargento enooorme y fornido. Como anécdota contaba mi padre que sus compañeros le preguntaban que de donde venía y él les respondía que de Ecuador y que casi nadie sabía que país era ese y cuando él, en un mapamundi les enseñaba donde quedaba el Ecuador todos se le burlaban o le reclamaban sobre el por qué vino a una guerra y desde tan lejos. “¿Acaso estás loco?”, le decían.
Fue muy bien entrenado. Lo debía estar, ya que pronto tuvo que enfrentar una guerra de trincheras, demasiada cruel para cualquier ser humano, pues tenían que defenderse si era posible a punta de bayonetas y de peleas cuerpo a cuerpo. Relataba mi padre que los cañonazos de lado francés y del lado alemán, al dispararse en la noche, su fuerte destello hacía parecer que era de día. La guerra fue cruel, sangrienta y muy dura. Muchos de sus amigos, incluyendo su mejor amigo en el Ejército llamado René, murieron entre tantos bombardeos junto a él. A estos bravos soldados se los apodaba “poilus”, nombre que viene de cuando los hombres crecen se vuelven “peludos” y es como un sinónimo de virilidad, bravura, valentía y coraje y estos son atributos que un soldado debía y debe tener. Y fueron así llamados por el valor que demostraban en combate y en avanzar capturando trinchera tras trinchera (fotos 16 y 17). Fueron tan famosos que hubo una canción adoptada como himno de estos bravos hombres, llamada “Quand Madelon” y escrita en 1914 antes de la Gran Guerra. Se la puede escuchar en Internet en el portal de Youtube y está escrita por Louis Bousquet.
Continuando con el relato, mi padre contaba que en muchas ocasiones no hubo alimento ni nada y que por hambre y sed tuvieron que llegar al punto de comer hasta suelas de zapatos y tomar su propia orina para sobrevivir. Así de dura fue la guerra. Contaba también entre sus historias que en una ocasión mientras patrullaban se toparon con un soldado alemán que se hallaba haciendo sus necesidades. Acabaron con su vida y mientras revisaban sus pertenencias se toparon -y lo contaba con tristeza- con unas fotografías de las hijas y esposa del soldado enemigo. Cosas terribles tuvo que pasar, pero no tenía más opción. Después de varios combates mi padre, a quien conocían como un soldado con mucho valor, fue escogido junto con otros tres compañeros para una misión complicada, que la cumplieron a cabalidad pero, lamentablemente, el único que gracias a Dios regresó con vida fue mi padre Félix. Sus compañeros habían muerto en combate, y digo lamentablemente por los otros soldados. Por el valor demostrado en acción mi padre fue condecorado con la Cruz de Guerra (fotos 18 y 19). Dicha medalla, libreta militar y diploma que lo certifican y que dan fé de su participación en esa guerra y como veterano de la misma, están en poder de una de las hijas de Félix y toda la historia reposa en los documentos oficiales en el Ministerio de Defensa en París. En sus relatos mi padre contó también que peleando siempre en el frente de batalla, estuvo a 50 kilómetros de distancia para llegar a Berlín.
La guerra llegó a su fin y ya en el año de 1919, por el mes de junio más o menos, mi padre recibió una carta con la penosa noticia de que su padre, Luis Gabriel Charvet Lailhacar había ya fallecido en la hacienda Colimbuela. Recibía constantes cartas de mi abuela Leticia, que le pedía su pronto regreso a Ecuador, ya que con la muerte de su esposo, se encontraba apenada y con sus hijos pequeños y sola no podía atender los asuntos de las haciendas y el pago de las deudas que pesaban sobre esa fortuna. Ante la insistencia de mi abuela Leticia, su madre adoptiva le pidió a mi padre Félix que no desoyera los pedidos de su madre por lo que lo convenció a que regresara a Ecuador, a lo cual mi padre ya no pudo rehusarse y le dijo que él venía a Ecuador pero que en un año, el regresaría a Francia. Sin embargo el llegaría a Ecuador para nunca más volver a su “Dulce” Francia, pero mantendría comunicación permanente con su “familia” francesa y eso lo demuestran las innumerables cartas que con su “madre y hermanas” intercambiaban, muchas de las cuales reposan en mi archivo personal.
Antes de continuar con la vida de mi padre en el Ecuador, contaré de manera corta la historia de las haciendas que conformaron la fortuna de Luis Gabriel Charvet Lailhacar y de cómo fueron adquiridas y sólo una de ellas, El Molino, sigue perteneciendo a la familia Charvet Muñoz. Las haciendas son: Colimbuela, Tunibamba y El Molino. De estas tres nacen el resto de haciendas hasta hoy existentes.
Las Haciendas
Estas haciendas, se encuentran ubicadas en la provincia de Imbabura, en el Cantón Cotacachi y dos de ellas en la parroquia de Imantag. Nos remontamos al año de 1860 donde aparecen los hermanos franceses Ludovico, Fermín y Louis GOUIN. Estos hermanos dedicados mayormente a la banca, en ese año inauguran en la ciudad de Quito la Casa Comercial L. Gouin (foto 20) en la esquina de las calles Venezuela y Espejo donde hoy funciona el Banco Pichincha. Luego el Sr. Ludovico Gouin contraería matrimonio con Carolina Charvet Lailhacar, mi tía abuela.
Ludovico Gouin, entre sus clientes como banquero tenía a un ciudadano peruano llamado Nicolás Vásquez de Velasco, quien le adeudaba un valor de 15.000 pesos de la época y era el heredero de las haciendas Tunibamba y Colimbuela. Ludovico le propone que le venda las haciendas con el fin de saldar la deuda. Llegan a un acuerdo y el precio pactado para la venta de las haciendas fue de 30.000 pesos de la época, cantidad de la cual se descontaría la deuda. Dicho compromiso fue documentado y firmado, siendo notariado en el año de 1871, pues antes de firmar las escrituras había que legalizar derechos y acciones por parte de los herederos de dichas haciendas ya que estas pertenecieron a la Sra. Nicolasa de Ontañón y Valverde (foto 21), que había fallecido años antes. Para estos trámites se nombró a un albacea, un señor de apellido Miranda, ya que el Sr. Vásquez de Velasco residía en la ciudad de Lima, Perú, existiendo otro heredero en Guayaquil y otro en Quito. Todo este trámite duró algunos años hasta que se concretó la venta y firmaron las escrituras los Hnos. Gouin, Fermín mediante un poder especial a nombre de Ludovico ya que éste se encontraba en Francia el momento de la firma. Esto fue el año 1881 y son dueños de las haciendas Tunibamba y Colimbuela el señor Ludovico Gouin y su señora Carolina Charvet Lailhacar. Toda esta información y escrituras me la entregó mi padre en el año de 1968 y reposan en mi archivo personal.
Haciendo un paréntesis, debo indicar que existía una leyenda al respecto. Se decía que estas haciendas habían sido ganadas en una apuesta en un juego de cartas a un personaje muy importante peruano y no se si algo de cierto haya en todo esto ya que investigando, la señora Nicolasa de Ontañón y Valverde tenía el título de III Condesa de Las Lagunas, nacida y bautizada en la ciudad de Cuzco el 27 de noviembre de 1740 y ella estuvo casada con el Maestre de Campo don Pablo Vasco de Velásquez y Bernaldo de Quirós, nacido en Lima el 26 de mayo de 1823 y que era Capitán Comandante del Fuerte y Frontera de la Concepción de Pancartambo, poseedor del opulento Mayorazgo de Tello. Algo de cierto debe haber.
Haciendo un paréntesis, debo indicar que existía una leyenda al respecto. Se decía que estas haciendas habían sido ganadas en una apuesta en un juego de cartas a un personaje muy importante peruano y no se si algo de cierto haya en todo esto ya que investigando, la señora Nicolasa de Ontañón y Valverde tenía el título de III Condesa de Las Lagunas, nacida y bautizada en la ciudad de Cuzco el 27 de noviembre de 1740 y ella estuvo casada con el Maestre de Campo don Pablo Vasco de Velásquez y Bernaldo de Quirós, nacido en Lima el 26 de mayo de 1823 y que era Capitán Comandante del Fuerte y Frontera de la Concepción de Pancartambo, poseedor del opulento Mayorazgo de Tello. Algo de cierto debe haber.
Transcurrieron siete años para que su hermano Louis Gouin adquiriera la hacienda El Molino, conocida como la “panelera” y que perteneció al Primer Marqués de San José y Vizconde de Casa Larrea, el señor Coronel Manuel de Larrea y Jijón, allá por los años de 1814, cuando el era Coronel de las Milicias en plena época de revolución en el Ecuador, cargo que lo ocupó hasta 1822, ya que el también fue Prócer de la Independencia del Ecuador y miembro de la Junta de Gobierno del 10 de Agosto de 1809. Su hijo el Sr. Dr. José Modesto Larrea y Carrión (foto 22), la heredó y llegó a tener 44 latifundios en todo el Ecuador, siendo El Molino uno de ellos, pertenciendo luego de los Jesuitas, el mayor latifundista del país. Fue presidente y vicepresidente encargado del Ecuador (del 5 de octubre al 5 de noviembre de 1832). Otra noticia relevante de este señor es que, en segundas nupcias, fue cuñado de Antonio José de Sucre ya que se casó con María Carcelén y Larrea, hermana de la Marquesa de Solanda, esposa del Mariscal. Por el año de 1836 El Molino junto con otras propiedades las tenían arrendadas a otro gran latifundista del país, el señor Sr. José María Pérez y Calixto (Caballero Comendador de primera Clase de la Orden de Isabel La Católica). Además consta que la hacienda de Colimbuela la tenían arrendada a los Condes de la Lagunas y era utilizada específicamente para actividades manufactureras. El Molino fue vendida luego al ciudadano colombiano Luis del Hierro, con quien Louis Gouin pactó el justo precio en la suma de 18.000 pesos de la época, firmando las escrituras en el año de 1888, debidamente motorizadas, documentos que se encuentran en mi archivo personal para verificación de cualquier interesado. Esta hacienda tenía, en ese entonces, sembríos de caña de azúcar y se elaboraba panela o raspadura, que fue lo que le dio su fama de hacienda panelera
1 comentario:
Felicitaciones por su blog,Como bisnieto de Dn. Louis Gouin,persona muy relacionada a los origenes de su familia su investigacion me ha sido muy util para conocer alguna otra faceta de mik ascendencia.Saludos
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