Colimbuela y El Molino, eran parte del sector conocido como Tierras de Rea, lo propio Imantag, El Morlán, etc. (foto 23). Y era conocido como Colimbuela de Rea, El Molino de Rea. Dichas propiedades y la casa de hacienda de El Molino era lo que actualmente se lo conoce en la familia Charvet Muñoz como “el troje”. Claro que el actual es una réplica de la casa anterior que fue destruida en el terremoto de Ibarra sucedido en la década de 1860. Existen registros de Imantag, de Colimbuela y obviamente de El Molino desde 1775, específicamente del 18 de septiembre de dicho año, documentos que los tiene mi hijo Rolando que en años de investigación los ha recopilado por su interés en la historia familiar y de las haciendas.Conformada esta gran fortuna, Ludovico Gouin y Carolina Charvet Lailhacar, deciden un buen día partir a Francia y dejar el manejo de las haciendas en administración perpetua al señor Nicolás Garcés, quien al poco tiempo falleció quedando las propiedades para ser rematadas públicamente. En Quito, para entonces, funcionaba una sociedad comercial denominada Matheus–Charvet formada entre los señores. Carlos Matheus y García y Luis Gabriel Charvet Lailhacar, sociedad con mucha valía económica. Un día esta sociedad decidió comprar el lote de haciendas en remate y lo hizo pagando en efectivo. En el documento que poseo no se habla del monto pagado por dicha compra, pero allí está registrada. Como suele suceder, esta sociedad llegó a su fin, quedando la parte de las haciendas (Colimbuela, Tunibamba y El Molino) en poder de Luis Gabriel Charvet Lailhacar quien para la época ya era esposo de Leticia Rosales Jara, mi abuela.
El retono al Ecuador
Volviendo a la vida de mi padre, Félix Charvet Rosales, ocurrió que a petición de mi abuela Leticia Rosales, retornó al Ecuador desde Francia, pues a la muerte de mi abuelo no había otra persona de confianza de mi abuela, que se hiciera cargo de la situación hereditaria y de la situación económica, ya que sobre la fortuna de las haciendas pesaba una deuda para 1920, de 370.000 sucres, con el Banco del Pichincha. Mi padre Félix recibió un documento de parte de mi abuela Leticia en donde lo pone al tanto de todos los pormenores, documento que fue elaborado por el Dr. Romoleroux, abogado de la familia, y que tuvo que ser traducido al francés para que mi padre lo entendiese. En este documento, que consta en mi archico, mi abuela Leticia le pedía a mi padre que se hiciese cargo de la situación y le ofrecía en arriendo todas las haciendas, ocurriendo todo esto en el año de 1928.
Conocedor en algo del trabajo que le esperaba, pero en macro, ya que de niño algo hizo en su humilde hogar en Francia, mi padre se puso manos a la obra y con ayuda de los empleados de las haciendas, tales como escribientes, mayordomos, ayudantes de labranza empieza a mover todo ese aparataje de producción. Para entonces se defendía mejor con el idioma español y era muy exigente en el trabajo, enseñando mucho a sus subordinados, de la misma forma que exigió trabajo y sobretodo resultados. Llevaba las cuentas de manera magistral para la época y para los escasos conocimientos técnicos que poseía, los escribientes eran muy bien controlados y supervisados y los libros debían ser muy bien manejados. En mi archivo personal constan todos estos libros de cuentas que datan desde el año 1925 hasta 1950. La contabilidad es asombrosa pues se detalla hasta el mínimo centavo en dinero o hasta el mínimo de peso en granos y unidades de animales y de personal que ahí trabajaba. Transcurrido un año de haber arrendado las haciendas pagó toda las deudas que pesaban sobre la fortuna Charvet Rosales, todo lo cual esta documentado en archivos personales que registran y confirman lo relatado. Todas las labores agrícolas se las realizaba con más de cien peones y se preparaba el suelo para la siembra con aproximadamente 100 yuntas de bueyes (foto 24)
En la hacienda Tunibamba se mantenía todo ese ganado al comedero. En la hacienda Colimbuela se efectuaban sembríos de varios productos tales como maíz, arveja, fréjol, papas, trigo, cebada(foto 25). En la hacienda El Molino se elaboraba panela en el trapiche, que hasta hoy existe allí pero ya sin funcionamiento. Con el carácter tenaz de mi padre Félix la zona de Imantag comenzó a experimentar cambios en la forma de la producción. Mi padre exigía todo lo más perfecto posible. Quería cambiar la forma de la labranza de la tierra, necesitaba cambiar de la yunta al tractor, necesitaba cambiar la forma de cargar los costales en largas distancias, desde el llano hasta el troje, a espaldas de los peones y su famoso trote de perro, necesitaba un camioncito, sueño que mi padre hizo realidad allá por el año de 1930.
El retono al Ecuador
Volviendo a la vida de mi padre, Félix Charvet Rosales, ocurrió que a petición de mi abuela Leticia Rosales, retornó al Ecuador desde Francia, pues a la muerte de mi abuelo no había otra persona de confianza de mi abuela, que se hiciera cargo de la situación hereditaria y de la situación económica, ya que sobre la fortuna de las haciendas pesaba una deuda para 1920, de 370.000 sucres, con el Banco del Pichincha. Mi padre Félix recibió un documento de parte de mi abuela Leticia en donde lo pone al tanto de todos los pormenores, documento que fue elaborado por el Dr. Romoleroux, abogado de la familia, y que tuvo que ser traducido al francés para que mi padre lo entendiese. En este documento, que consta en mi archico, mi abuela Leticia le pedía a mi padre que se hiciese cargo de la situación y le ofrecía en arriendo todas las haciendas, ocurriendo todo esto en el año de 1928.
Conocedor en algo del trabajo que le esperaba, pero en macro, ya que de niño algo hizo en su humilde hogar en Francia, mi padre se puso manos a la obra y con ayuda de los empleados de las haciendas, tales como escribientes, mayordomos, ayudantes de labranza empieza a mover todo ese aparataje de producción. Para entonces se defendía mejor con el idioma español y era muy exigente en el trabajo, enseñando mucho a sus subordinados, de la misma forma que exigió trabajo y sobretodo resultados. Llevaba las cuentas de manera magistral para la época y para los escasos conocimientos técnicos que poseía, los escribientes eran muy bien controlados y supervisados y los libros debían ser muy bien manejados. En mi archivo personal constan todos estos libros de cuentas que datan desde el año 1925 hasta 1950. La contabilidad es asombrosa pues se detalla hasta el mínimo centavo en dinero o hasta el mínimo de peso en granos y unidades de animales y de personal que ahí trabajaba. Transcurrido un año de haber arrendado las haciendas pagó toda las deudas que pesaban sobre la fortuna Charvet Rosales, todo lo cual esta documentado en archivos personales que registran y confirman lo relatado. Todas las labores agrícolas se las realizaba con más de cien peones y se preparaba el suelo para la siembra con aproximadamente 100 yuntas de bueyes (foto 24)
En la hacienda Tunibamba se mantenía todo ese ganado al comedero. En la hacienda Colimbuela se efectuaban sembríos de varios productos tales como maíz, arveja, fréjol, papas, trigo, cebada(foto 25). En la hacienda El Molino se elaboraba panela en el trapiche, que hasta hoy existe allí pero ya sin funcionamiento. Con el carácter tenaz de mi padre Félix la zona de Imantag comenzó a experimentar cambios en la forma de la producción. Mi padre exigía todo lo más perfecto posible. Quería cambiar la forma de la labranza de la tierra, necesitaba cambiar de la yunta al tractor, necesitaba cambiar la forma de cargar los costales en largas distancias, desde el llano hasta el troje, a espaldas de los peones y su famoso trote de perro, necesitaba un camioncito, sueño que mi padre hizo realidad allá por el año de 1930.
Llegó a Quito un camioncito de la marca Ford, el famoso Ford T de 1930. Claro para la época era un camioncito, pero ahora no sería ni una camioneta. En fin, mi padre lo adquirió en ese año, en que no habían caminos carrozables desde Quito a Imbabura ya que, según contaba mi padre, él se tardaba un día entero a caballo desde Colimbuela hasta Quito y al barrio de San Diego donde vivía. Contaba que tenía unos caballos increíbles para que le aguanten semejante trajín, ya que no paraba. Se montaba y sin parar, de una, llegaba a Quito, hasta que un día, en un pueblito cercano a Quito, llamado Cotocollao, construyeron un sitio de descanso de caballos y ofrecían el servicio de “taxi” hasta Quito. Los caballos quedaban allí descansando mientras regresaban los jinetes. Volviendo al tema del camioncito, mi padre lo compra en Quito, lo desarma y lo hace transportar en piezas cargadas por los peones hasta Colimbuela, en donde lo vuelve a armar. Contaba mi padre que se demoró dos días en llevarlo y que en el trayecto le cogió la noche, por lo que tuvo que descansar en el pueblo de Otón. El camioncito Ford aquel transportaba 20 quintales y fue de mucha ayuda para las haciendas.
Ocho años pasaron para que mi padre lograra pasar de las yuntas al tractor, a fin de apresurar las labores de la tierra y es así como, en el año de 1938, llegan a Quito los tractores de la marca HANOMAG, procedentes de Alemania, específicamente de la ciudad de Hannover. Esos tractores los distribuían en Quito, en la calle García Moreno, una cuadra antes del Arco de la Reina. El gerente era el Ing. Pikernel, alemán. Tuve el gusto de conocerlo, pues mi padre me llevó a su oficina en el año 1954, pero ya no existían esos tractores y vendía otro tipo de maquinaria, pero mi padre lo visitaba porque mantuvieron una amistad buena desde la compra de los primeros tractores. El tractor igualmente fue llevado a Colimbuela, en piezas y por peones, para ser armado por el propio Ing. Pikernel.
Todo esto causó revuelo en la zona. Mi padre era cada vez más reconocido por su tenacidad en el trabajo, por los logros conseguidos con las haciendas, con las mejoras en la producción, tanto que en el año de 1935, específicamente el 24 de agosto, fue distinguido en la ciudad de Ibarra otorgándole una placa como un gran filántropo (la placa esta en mi archivo personal). Tuvo también varios reconocimiento de parte de los transportistas de Otavalo, de los productores de trigo de Atuntaqui y un gran reconocimiento a su labor como productor agrícola fue parte de una publicación nacional con alcance internacional en la que se promovían las exportaciones del Ecuador y en la cual se reconocía a los hombres más importantes del país. Esa publicación se denominó “Revista Gráfica Ecuatoriana” (foto 26) y apareció en 1955, constando mi padre entre los Más Altos Valores Nacionales. La revista se encuentra en mi archivo personal y está a disposición de quien desee consultarla (foto 27).
Ocho años pasaron para que mi padre lograra pasar de las yuntas al tractor, a fin de apresurar las labores de la tierra y es así como, en el año de 1938, llegan a Quito los tractores de la marca HANOMAG, procedentes de Alemania, específicamente de la ciudad de Hannover. Esos tractores los distribuían en Quito, en la calle García Moreno, una cuadra antes del Arco de la Reina. El gerente era el Ing. Pikernel, alemán. Tuve el gusto de conocerlo, pues mi padre me llevó a su oficina en el año 1954, pero ya no existían esos tractores y vendía otro tipo de maquinaria, pero mi padre lo visitaba porque mantuvieron una amistad buena desde la compra de los primeros tractores. El tractor igualmente fue llevado a Colimbuela, en piezas y por peones, para ser armado por el propio Ing. Pikernel.
Todo esto causó revuelo en la zona. Mi padre era cada vez más reconocido por su tenacidad en el trabajo, por los logros conseguidos con las haciendas, con las mejoras en la producción, tanto que en el año de 1935, específicamente el 24 de agosto, fue distinguido en la ciudad de Ibarra otorgándole una placa como un gran filántropo (la placa esta en mi archivo personal). Tuvo también varios reconocimiento de parte de los transportistas de Otavalo, de los productores de trigo de Atuntaqui y un gran reconocimiento a su labor como productor agrícola fue parte de una publicación nacional con alcance internacional en la que se promovían las exportaciones del Ecuador y en la cual se reconocía a los hombres más importantes del país. Esa publicación se denominó “Revista Gráfica Ecuatoriana” (foto 26) y apareció en 1955, constando mi padre entre los Más Altos Valores Nacionales. La revista se encuentra en mi archivo personal y está a disposición de quien desee consultarla (foto 27).
Mi padre Félix tenía como entretenimiento la cacería de perdices y conejos y cuando estaba en Quito se reunía con amigos, entre ellos, el señor Miguel Jijón y junto con sus perros de cacería iban a los páramos del Cotopaxi para pasar un tiempo de relax y diversión, en compañía de sus hermanos, en especial Jorge y Gabriel (foto 28 y foto 29)
Transcurridos los años, allá por 1938, mi abuela Leticia decide comprar una casa en el barrio de La Mariscal, casa que tenía por nombre “Villa Berta” y que está aun ubicada en las calles Páez y Patria. Fue adquirida completamente amoblada por el valor de 80.000 sucres. Era una casa muy lujosa, con varios detalles como pileta de mármol en el jardín, plantas como hortensias, árbol de magnolias, un altar y varios detalles que su dueño anterior, que la construyó, lo hizo pensando en comodidad y mucho estilo y lujo. Pasan los años y fallece mi abuela en dicha casa en un mes de febrero del año 1942 si no me falla la memoria, terminando así la etapa de los progenitores de la familia Charvet Rosales.
Mi padre, entre las anécdotas que contaba, está una según la cual, por las noches, en la hacienda de Colimbuela se escuchaba que un caballo cruzaba a todo galope desde la puerta principal de la hacienda hacia los obrajes. Lo curioso era que ningún empleado al día siguiente había escuchado nada. Otra leyenda típica de hacienda era que él decía que por las noches sentía que a los pies de su cama alguien se sentaba y el al prender la vela para ver de que se trataba, no divisaba nada y siempre preguntaba “eres de éste mundo o del otro?”. Como es obvio, nunca respondían.
Una de las grandes leyendas de las haciendas, especialmente de Colimbuela, decía que una madrugada cuando el señor Nicolás Garcés era el administrado de las haciendas -luego de que los señores Gouin las dejaran en sus manos- junto con el “huasicama” o cuidador hizo que llevara cargando un baúl de cuero grande conteniendo una gran cantidad de monedas, producto de las ventas del obraje, y procedieron a esconderlo enterrándolo en algún lugar. Ese misterio aún es relatado como el gran tesoro de Colimbuela.
Según otra anécdota un día en que iban de cacería por las partes altas de las haciendas, una comunidad indígena del sector acorraló a mi padre y a la gente que lo acompañaba, obligándolos a ir al filo de un precipicio. Una persona cayó pero logró salvarse y fue en busca de ayuda, regresando con el Teniente Político del sector quien calmó los ánimos del pueblo, con lo que lograron salvar sus vidas.
Ciertas tradiciones que han ido desapareciendo por el ritmo de los nuevos tiempos en varios pueblos es el festejo del San Juan. Antes la fiesta duraba un mes entero y los indígenas iban de hacienda en hacienda bailando, bebiendo, comiendo y festejando con sus mejores galas y se cuenta y algo recuerdo porque cuando era muy niño también pude apreciar algunas de estas festividades. Desde lejos se apreciaba como más de 100 personas, que podrían ser 200 0 300 se acercaban a la hacienda para el festejo. Ellos venían de otra hacienda en un “tour bailable” y cuando llegaban lo hacían cargados con costales de frutas, gallinas, cabras, productos que obsequiaban a mi padre, quien a su vez, a los cabecillas, les obsequiaba liencillo para que elaboren sus vestimentas, tanto para hombres como para mujeres. Mi padre armaba una especia de ruedo y había toros para el deleite de los presentes. En el trapiche se preparaban alambiques grandes de chicha de jora, de trago puro, las famosas puntas y existía una paila de bronce en donde entraba literalmente una res entera. Se brindaba comida a todos el personal y sobretodo la música estaba presente. Se comentaba que la música, por la potencia de los equipos, se escuchaba hasta Cotacachi.
Los danzantes venían con sus mejores galas, reservadas solo para esas fechas, de junio y julio, y en casi un mes no había trabajo en las haciendas porque todos los pueblos danzaban y festejaban. Como era obvio, en esas fiestas las tradiciones indígenas estaban muy arraigadas, eran coloridos en sus vestidos, alegres en sus danzas, pero bravos para una buena pelea que cuando estaban un poco ebrios armaban. Cuando se quedaban dormidos era obligación de las mujeres permanecer sentadas junto a ellos cuidándolos que no les roben, y pobre de la mujer que no se hallaba en su puesto al despertar el durmiente, porque se ganaba una golpiza. Más o menos recuperados luego de dos o tres días de baile, armaban y tomaban sus cosas y continuaban en dirección a la siguiente hacienda y así hasta que terminara el mes de fiestas. Con el tiempo los festejos fueron disminuyendo, muchas reformas iban dando paso a la “modernidad” y luego se limitaban a las Hoyanzas que eran festejos similares pero en menor intensidad. Igual todos se reunían para preparar los alimentos, había reses, chivos, maíz, coladita, chicha, trago, baile, etc. para festejar el fin de las cosechas. Esto ya no ocurre desde hace aproximadamente 20 años en las haciendas de la familia. Y asú, existen un sinfín de anécdotas por contar pero quería compartir unas pocas con la familia.
Mi padre, entre las anécdotas que contaba, está una según la cual, por las noches, en la hacienda de Colimbuela se escuchaba que un caballo cruzaba a todo galope desde la puerta principal de la hacienda hacia los obrajes. Lo curioso era que ningún empleado al día siguiente había escuchado nada. Otra leyenda típica de hacienda era que él decía que por las noches sentía que a los pies de su cama alguien se sentaba y el al prender la vela para ver de que se trataba, no divisaba nada y siempre preguntaba “eres de éste mundo o del otro?”. Como es obvio, nunca respondían.
Una de las grandes leyendas de las haciendas, especialmente de Colimbuela, decía que una madrugada cuando el señor Nicolás Garcés era el administrado de las haciendas -luego de que los señores Gouin las dejaran en sus manos- junto con el “huasicama” o cuidador hizo que llevara cargando un baúl de cuero grande conteniendo una gran cantidad de monedas, producto de las ventas del obraje, y procedieron a esconderlo enterrándolo en algún lugar. Ese misterio aún es relatado como el gran tesoro de Colimbuela.
Según otra anécdota un día en que iban de cacería por las partes altas de las haciendas, una comunidad indígena del sector acorraló a mi padre y a la gente que lo acompañaba, obligándolos a ir al filo de un precipicio. Una persona cayó pero logró salvarse y fue en busca de ayuda, regresando con el Teniente Político del sector quien calmó los ánimos del pueblo, con lo que lograron salvar sus vidas.
Ciertas tradiciones que han ido desapareciendo por el ritmo de los nuevos tiempos en varios pueblos es el festejo del San Juan. Antes la fiesta duraba un mes entero y los indígenas iban de hacienda en hacienda bailando, bebiendo, comiendo y festejando con sus mejores galas y se cuenta y algo recuerdo porque cuando era muy niño también pude apreciar algunas de estas festividades. Desde lejos se apreciaba como más de 100 personas, que podrían ser 200 0 300 se acercaban a la hacienda para el festejo. Ellos venían de otra hacienda en un “tour bailable” y cuando llegaban lo hacían cargados con costales de frutas, gallinas, cabras, productos que obsequiaban a mi padre, quien a su vez, a los cabecillas, les obsequiaba liencillo para que elaboren sus vestimentas, tanto para hombres como para mujeres. Mi padre armaba una especia de ruedo y había toros para el deleite de los presentes. En el trapiche se preparaban alambiques grandes de chicha de jora, de trago puro, las famosas puntas y existía una paila de bronce en donde entraba literalmente una res entera. Se brindaba comida a todos el personal y sobretodo la música estaba presente. Se comentaba que la música, por la potencia de los equipos, se escuchaba hasta Cotacachi.
Los danzantes venían con sus mejores galas, reservadas solo para esas fechas, de junio y julio, y en casi un mes no había trabajo en las haciendas porque todos los pueblos danzaban y festejaban. Como era obvio, en esas fiestas las tradiciones indígenas estaban muy arraigadas, eran coloridos en sus vestidos, alegres en sus danzas, pero bravos para una buena pelea que cuando estaban un poco ebrios armaban. Cuando se quedaban dormidos era obligación de las mujeres permanecer sentadas junto a ellos cuidándolos que no les roben, y pobre de la mujer que no se hallaba en su puesto al despertar el durmiente, porque se ganaba una golpiza. Más o menos recuperados luego de dos o tres días de baile, armaban y tomaban sus cosas y continuaban en dirección a la siguiente hacienda y así hasta que terminara el mes de fiestas. Con el tiempo los festejos fueron disminuyendo, muchas reformas iban dando paso a la “modernidad” y luego se limitaban a las Hoyanzas que eran festejos similares pero en menor intensidad. Igual todos se reunían para preparar los alimentos, había reses, chivos, maíz, coladita, chicha, trago, baile, etc. para festejar el fin de las cosechas. Esto ya no ocurre desde hace aproximadamente 20 años en las haciendas de la familia. Y asú, existen un sinfín de anécdotas por contar pero quería compartir unas pocas con la familia.
Luego de morir mi abuela Leticia los bienes, en especial las haciendas, entraron a la correspondiente repartición entre los herederos. A mi padre Félix, como jefe de la familia Charvet Rosales, le tocó enfrentar este reto. Fueron divididas las haciendas Colimbuela, San Francisco, Perafán y Tunibamba. La hacienda El Molino no entró al sistema de partición pues mi padre la había obtenido en forma de compra, tanto la parte de mi abuela Leticia así como la parte proporcional a los herederos, según consta en un documento suscrito por mi padre Félix y mi abuela Leticia, correspondiendo la parte legal, como era costumbre, al abogado de la familia, el doctor Romoleroux. Adquirida la hacienda El Molino por el año de 1935 mi padre realiza algunas obras importantes tales como el camino de acceso a la hacienda desde el poblado de Imantag, lo que le llevó alrededor de siete años ya que fue construida a mano. En junio de 1935 mi padre construyó lo que es el trapiche para la molienda de caña y la elaboración de raspadura o panela. Esta construcción la realiza con un ayudante, un albañil de planta que también era cuidador y que fue el señor Juan María Chicaiza, quien vivía en una pequeña casa junto al Troje de la hacienda. Luego mi padre, junto al trapiche, construyó la casa de vivienda, en la cual residimos hasta el día de hoy y a la cual todos son bienvenidos. La casa, entre la familia, es conocida como “la casa vieja”; ya que existe otra casa a la que conocemos como “la casa nueva”, que pertenecía de mis hermanas. Dicha casa fue igualmente construida por mi padre tomando como referencia las características del Palacio de Versalles y es muy linda también.
Ya afincado totalmente en la Hacienda El Molino, mi padre adquiere más maquinaria para el óptimo aprovechamiento de la tierra y mejoramiento de los procesos de producción. Compró tractores Allis Chalmers, Hanomag, un Studebaquer recibido como herencia, un camioncito Mercury, etc.
Los años pasaron y un día mi padre sufre un trombosis cerebral a la edad de 65 años y queda sin habla y paralizado todo su lado derecho. Con el tiempo y con rehabilitación y el cuidado tesonero de mi madre Mercedes, logra recuperar el habla y así permanece casi sentado por un periodo de 9 años, hasta que fallece víctima de un coma diabético en año de 1972.
Mi padre se casó con mi madre la señora Mercedes Muñoz Lima (foto 30), conocida como Michita y procrean ocho hermosos hijos quienes son: Gonzalo Eduardo, Galo Fermín René, Leticia (+), María Beatriz, Carmen Amelia, Ricardo, Anita Dolores y Elenita del Pilar (foto 31, en la que no aparecen Carmen y María).
Ya afincado totalmente en la Hacienda El Molino, mi padre adquiere más maquinaria para el óptimo aprovechamiento de la tierra y mejoramiento de los procesos de producción. Compró tractores Allis Chalmers, Hanomag, un Studebaquer recibido como herencia, un camioncito Mercury, etc.
Los años pasaron y un día mi padre sufre un trombosis cerebral a la edad de 65 años y queda sin habla y paralizado todo su lado derecho. Con el tiempo y con rehabilitación y el cuidado tesonero de mi madre Mercedes, logra recuperar el habla y así permanece casi sentado por un periodo de 9 años, hasta que fallece víctima de un coma diabético en año de 1972.
Mi padre se casó con mi madre la señora Mercedes Muñoz Lima (foto 30), conocida como Michita y procrean ocho hermosos hijos quienes son: Gonzalo Eduardo, Galo Fermín René, Leticia (+), María Beatriz, Carmen Amelia, Ricardo, Anita Dolores y Elenita del Pilar (foto 31, en la que no aparecen Carmen y María).
Actualmente recordamos todos a nuestra inolvidable hermana Leticia que falleció en un accidente de tránsito hace 30 años. También cabe recalcar y mencionar que forma parte de nuestra familia nuestro medio hermano Luis Charvet .
- Gonzalo Charvet se casó con Sara Ramadán y tuvieron dos hijos: Javier y José Francisco Charvet Ramadán
- Galo Charvet se casó con Lourdes Guevara y tuvieron tres hijos: Gabriela, Rolando y Galo Charvet Guevara
- Leticia Charvet se casó con Néstor Tomaselli y tuvieron tres hijos: Germánico, Francisco y Daniela Tomaselli Charvet
- María Charvet se casó con Carlos Naranjo y tuvieron tres hijos: Juan Carlos, Leticia y Verónica Naranjo Charvet
- Carmen Charvet se casó con Roberto Yerovi y tuvieron dos hijos: Juan Pablo y Andrea Yerovi Charvet
Ricardo Charvet se casó con Liz Maldonado y tuvieron dos hijos: Félix Ricardo y Estefanía Charvet Maldonado
Anita Dolores Charvet se casó con Francisco Sylva y tuvieron 2 hijos: Luis Francisco y Diego Sylva Charvet
Elenita Charvet se casó con Miguel Pérez y tuvieron tres hijas: Alejandra, María Belén y María José Pérez Charvet
Luis Charvet se casó con Alicia Castro y tuvieron dos hijos
Muerto mi padre, mi madre Mercedes toma a su cargo el mando de la hacienda El Molino, ya que por las circunstancias penosas vividas, el único patrimonio de mi padre estaba afectado económicamente y había que salvarlo. El trabajo tesonero de mi madre, mujer incansable convertida en verdadera heroína, ayudada por sus hijos, logra salvar la hacienda la misma que luego sería dividida entre sus ocho hijos. Dicho patrimonio denominado Hacienda El Molino es conservado hasta el día de hoy y permanece en poder de la familia Charvet Muñoz.
Esta historia la escribo para que la memoria de mi padre no sea olvidada y para que quienes no lo conocieron en vida, en especial la familia que descendemos de él, la lean y sepan que hubo un hombre de corazón generoso y de mano extendida y de ayuda permanente que él ofrecía y daba a todos quienes a el se acercaban.
En la familia Charvet Muñoz hubieron dos héroes, mi padre Félix y mi madre Mercedes, a quienes ahora quiero rendir homenaje mediante esta corta historia y sobretodo porque de ellos recibí amor al trabajo, sentimientos de generosidad, amor a la familia y también un profundo amor a Dios por medio de mi madre, que si no hubiera sido por su mano sobre nuestra familia, nada de esto hubiera sucedido y nada de las cosas mejores por venir existirían. Son 111 años del nacimiento de mi padre Félix y 88 años de mi madre Mercedes y ofrezco mi corazón generoso y extiendo mi mano a la familia Charvet Muñoz en especial, por todo el amor que siempre les tuve a mis padres y hermanos.
Esto fue con todo mi cariño.
Su hijo
Galo Charvet Muñoz
- Gonzalo Charvet se casó con Sara Ramadán y tuvieron dos hijos: Javier y José Francisco Charvet Ramadán
- Galo Charvet se casó con Lourdes Guevara y tuvieron tres hijos: Gabriela, Rolando y Galo Charvet Guevara
- Leticia Charvet se casó con Néstor Tomaselli y tuvieron tres hijos: Germánico, Francisco y Daniela Tomaselli Charvet
- María Charvet se casó con Carlos Naranjo y tuvieron tres hijos: Juan Carlos, Leticia y Verónica Naranjo Charvet
- Carmen Charvet se casó con Roberto Yerovi y tuvieron dos hijos: Juan Pablo y Andrea Yerovi Charvet
Ricardo Charvet se casó con Liz Maldonado y tuvieron dos hijos: Félix Ricardo y Estefanía Charvet Maldonado
Anita Dolores Charvet se casó con Francisco Sylva y tuvieron 2 hijos: Luis Francisco y Diego Sylva Charvet
Elenita Charvet se casó con Miguel Pérez y tuvieron tres hijas: Alejandra, María Belén y María José Pérez Charvet
Luis Charvet se casó con Alicia Castro y tuvieron dos hijos
Muerto mi padre, mi madre Mercedes toma a su cargo el mando de la hacienda El Molino, ya que por las circunstancias penosas vividas, el único patrimonio de mi padre estaba afectado económicamente y había que salvarlo. El trabajo tesonero de mi madre, mujer incansable convertida en verdadera heroína, ayudada por sus hijos, logra salvar la hacienda la misma que luego sería dividida entre sus ocho hijos. Dicho patrimonio denominado Hacienda El Molino es conservado hasta el día de hoy y permanece en poder de la familia Charvet Muñoz.
Esta historia la escribo para que la memoria de mi padre no sea olvidada y para que quienes no lo conocieron en vida, en especial la familia que descendemos de él, la lean y sepan que hubo un hombre de corazón generoso y de mano extendida y de ayuda permanente que él ofrecía y daba a todos quienes a el se acercaban.
En la familia Charvet Muñoz hubieron dos héroes, mi padre Félix y mi madre Mercedes, a quienes ahora quiero rendir homenaje mediante esta corta historia y sobretodo porque de ellos recibí amor al trabajo, sentimientos de generosidad, amor a la familia y también un profundo amor a Dios por medio de mi madre, que si no hubiera sido por su mano sobre nuestra familia, nada de esto hubiera sucedido y nada de las cosas mejores por venir existirían. Son 111 años del nacimiento de mi padre Félix y 88 años de mi madre Mercedes y ofrezco mi corazón generoso y extiendo mi mano a la familia Charvet Muñoz en especial, por todo el amor que siempre les tuve a mis padres y hermanos.
Esto fue con todo mi cariño.
Su hijo
Galo Charvet Muñoz
12 comentarios:
Acabo de leer tu aporte y me parecio muy informativo. Tambien veo muy loable los motivos que te motivaron.
Saludos a la familia Charvet Munioz
Miguel Perez
Que buena onda saber de mi tio Pato a los años...saludos tio, Rolo.
he encontrado muy interesante e informativo este articulo,soy un descendiente,bisnieto de DN. lOUIS GOUIN,Y he encontrado parte de mi propia identidad en sus relatos,nuestra familia tuvo su origen en Cotacachi,imbabura.Saludos
HOY SE DEDONDE SON MIS DECENDIENTES...PORQUE MI ABUELO ME CONTABA QUE ES UNO DE LOS HIJOS NO RECONOCIDOS DE UNO DE LOS SEÑORES CHARVET...ACTUALMENTE TIENE CASI 90 AÑOS MI ABUELO Y TAMBIEN CONOCE MUCHO LA HISTORIA DE LOS CHARVET...PORQUE TAMBIEN TRABAJO CON ELLOS. saludos desde Colimbuela...
ola Soy Germanico Tomaselli Charvet, hijo de Leticia y Nestor. Vivo en Venezuela padre y esposo casado con mi esposa Venezolana y me acuerdo mucho de la hacienda donde pase mis primeros anios de infancia. Es un orgullo para mi ser decendiente de tanto amor y trabajo. Mi tercera hija Miranda ala que llamamos MIchi en honor a mi abuela a quien tanto extranio ahora y a quien ame y amo para siempre. Les amo y Q DIOS NOS BENDIGA
Hola!! Soy David Menacho Tugumbango. Un comunero de la comunda de Colimbuela.
Una historia impresionante sobre don Felix Charvet. Mi abuelito habla mucho sobre don Felix y unos de sus hijos que con cariño le enseñaron a manejar el tractor. Esta muy agradecido por ello y el cariño que le tuvo. Mi bisabuelita que en paz descanse recuerda muy bien a doña Mercedez (Mechita) por haberle donado un pedazo de tierra(wasipungo) para que pudieran vivir aqui en Colimbuela. No saben lo agradecido que estoy con ustedes, sobretodo la vida que mis abuelitos compartieron con don Felix, Galo y mama Mechita.
Felicitarte por tu blog.
De igual forma estoy tratando de recopilar la historia de Colimbuela aara un proyecto bibliográfico (libro), si hubiera una posibilidad de contactar con los descendientes de don Felix Charvet y doña Mercedez se lo agradeceria mucho.
Mi correo: davidanku1998@gmail.com
Sería un honor escuchar las historias sobre la hacienda de Colimbuela.
Estoy al tanto.
Saludos!!
Bonita historia de la familia Charvet, soy cotacacheña me atrae mucho la hacienda Tunibamba es un lugar que ahora está en manos de las comunidades indígenas, lamentablemente está destruido en su totalidad. Saludos desde Cotacachi.
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